lunes, 20 de octubre de 2008

El hombre invisible


Muchas veces de niño soñaba con ser un super héroe, a imagen de los que leía en los comics de Marvel. Tener poderes especiales con los que vencer a los "malos" y ser querido y admirado... especielmente me llamaba la atención el super-poder de la invisibilidad. Me imaginaba caminanado entre los demás sin ser visto, poder acercarme a indagar y averiguar lo que sucedía en cualquier parte camuflado en la transparencia de una no-presencia, o meterme en la habitación de aquella chica que tanto me gustaba y contemplarla sin que ella se diera cuenta, para saber de ella misma tanto que la dejara alucinada cuando habláramos la siguiente ocasión...
Pero ya de adulto, y superadas (qué pena) aquellas fantasías infantiles, me he dado cuenta de que, en cierta manera, aquellos deseos de ser invisible, se cumplen en mi vida casi a diario; e imagino que a muchas personas les pasará lo mismo que a mí. Porque me siento "invisible" demasiado a menudo.
Sentirse invisible es sentirse "no visto" por nadie; tener esa sensación de que si en un momento desaparecieras como por arte de magia, te esfumaras, nadie, a tu alrededor se daría cuenta. Esa sensación la experimento en muchos sitios, pero especialmente la vivo en el vagón de Metro en el que cada mañana y tarde me desplazo al trabajo o a casa. Miro a mi alrededor y veo personas, rostros, miradas que dejan entrever historias tristes o alegres, emocionantes o grises, atormentadas, indiferentes, preocupadas... detrás de cada una de ellas presiento una historia, una vida, unos sueños quizás ya inalcanzables, la emoción de algo nuevo o simplemente el aburrimiento de habernos rendido a una vida -la nuestra- en la que ya casi todo está escrito, predeterminado, programado... una vida sin capacidad para la sorpresa, el descubrimiento o la travesura de un deseo alcanzable y deseado.
A veces intento sostener la mirada de otra persona, preguntarle con la mía, intentar introducirme con un poquito de osadía y ternura a la vez en la suya... pero descubro que casi nadie sostiene una mirada; esquivamos la mirada del otro, por muy cerca a nosotros que esté... y en esos momentos me siento invisible, pero no cual héroe admirado en mi infancia, sólo me siento NADIE para nadie.

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