sábado, 24 de mayo de 2008

Dos "gigantes" de la vida

Con pocos días de diferencia han fallecido recientemente dos personas a las que me atrevo a llamar "gigantes" de la vida; seres que, desde su anonimato y la fortaleza de su alma enorme, han dejado una profunda huella en este -nuestro mundo- tan falto de coraje, de bondad y de grandeza espiritual.


Carlos Cristos. Así se llamaba este joven médico de familia mallorquí (aunque nacido en Galicia) que, a sus 47 años descubrió que era presa de una rara y mortal enfermedad: la atrofia sistémica múltiple o AMS. Desde ese momento su vida se convirtió en una "cuenta atrás" hacia la muerte. Pero ello no le quitó de sus labios la sonrisa ni mermó sus ganas de vivir y de "apurar" la vida hasta el último instante. Su gran amigo, el director de cine Antony Canet, rodó con él la película documental "las alas de la vida", que recorre durante tres años (de 2003 a 2006) su vida cotidiana, sus miedos y dudas, pero también su enorme vitalidad, su coherencia, su amor inagotable a los demás, a sus pacientes, a su familia y amigos... reivindicando el derecho a morir con dignidad (con la misma con la que él vivió). Murió de forma silenciosa, como lo fue su vida, el pasado 26 de abril, una semana después de que La 2 emitiera en su espacio "Versión española" el documental protagonizado por Carlos y que se ha convertido en un auténtido "testamento vital".




Irena Sendler, una mujer polaca que salvó a 2500 niños judíos de la muerte sacándolos del gueto de Varsovia en los años más oscuros de la persecución nazi en su país. Para ello arriesgó su vida, ideó variadas formas de hacerlo, comprometió a personas a su alrededor y acabó sufriendo la detención y brutal tortura, sin denunciar a nadie ni confesar el paradero de los niños. Condenada a muerte, la esquivó gracias al soborno de sus amigos del soldado que la conducía al pelotón de fusilamiento. Oficialmente muerta, vivió toda su vida a partir de entonces en el anonimato y el silencio hasta que recientemente, fue descubierta su identidad y su vida. Miles de flores y cartas han llegado hasta la residencia donde acabó sus días en una silla de ruedas, de los niños que salvó, de sus hijos, y de los hijos de sus hijos, agradeciéndole su entrega y el haberles salvado la vida. Su frágil cuerpo abandonó este mundo el 13 de mayo, pero su enorme alma queda entre nosotros como testimonio de amor, de valor y de lucha por la dignidad.

Estoy profundamente impresionado y agradecido por haber conocido la vida de estos dos "gigantes" de la historia. Sus vidas son un canto a la esperanza y a la belleza interior de los seres humanos, de las que tan necesitados estamos. Gracias Carlos; gracias Irena.

lunes, 19 de mayo de 2008

Con la tienda a cuestas

Hoy, leyendo un libro, me ha venido a la mente la palabra "hogar" y me ha hecho pensar un poco. A menudo oigo esta palabra y con ella me vienen a la mente imágenes, recuerdos, nostalgias de la niñez o, simplemente, la idea abstracta de algo que "permanece" en el tiempo, que es de alguna manera, un referente para muchas personas.
Pero yo me he preguntado a mí mismo: ¿cuál es mi hogar? ¿he tenido alguna vez UN hogar? ¿cuántos hogares puede tener una persona en su vida?
El término hogar lo asociamos instintivamente a algo "muy nuestro", a una especie de hábitat propio, de parte material de nosotros mismos, de reducto de intimidad, de seguridad, de recipiente donde guardamos una gran parte de las experiencias que han conformado o conforman nuestro "ser yo mismo". También nos evoca el grupo humano, la persona o personas más próximas o que han formado una parte importante de nosotros mismos en algún momento de nuestra vida... o lo siguen formando.
Pero yo no sé decir cuál es mi hogar, acaso porque he tenido tantos, o quizás porque nunca he tenido realmente uno al que llamar así... o tal vez porque cuando creí tenerlo un día lo perdí, y con él perdí una parte de mí mismo, no sé.
He repasado mentalmente las "casas" o espacios en los que he vivido a lo largo de mi vida... me he puesto a contarlas... Me salen muchas; sí, quizás el haber tenido tantas ha hecho que sienta que realmente, no tengo ninguna. Desde que salí jovencito de mi hogar paterno, hace ya 30 años, he "pasado" por 14 casas... lo que ofrece una media sorprendente (si consideramos la falacia que suponen las medias...): una casa cada dos años... Puede que por eso me sienta en ocasiones "huérfano de hogar" o, por el contrario, capaz de crear mi hogar en cualquier sitio.
Creo que mi auténtico hogar soy yo mismo y, cual nómada errante, voy plantando la "lona" de mi tienda por donde la vida me va llevando.
Al cabo de tantos años "montando y desmontando mi lona", he conseguido reducir mi equipaje poco a poco, aprendiendo en cierta manera de la propia vida que también poco a poco nos va despojando de todo.
Se me viene a la cabeza una frase leída en la novela "La hija del caníbal", de Rosa Montero; la dice Félix, un hombre octogenario que, en el ocaso de su vida, rememora al anarquista clandestino que fue en su juventud y cómo los avatares y la obstinada realidad le fueron conduciendo hasta lo que es en ese momento, un hombre viejo que se sabe cercano al final de sus días: "Cómo no aprender lo que es perder si vivir es precisamente eso, perder. De niño crees que la vida es una acumulación de cosas, que con los años vas conquistando y ganando y coleccionando y atesorando, cuando en realidad vivir es ir despojándote de todo inexorablemente".
Así, ligero, conmigo mismo como mayor pertenencia (la que más ocupa, pesa y desequilibra a veces) estoy pronto siempre a cambiar, a "mudarme" o, simplemente, a volver a empezar.

sábado, 17 de mayo de 2008

Mantenerse de pie

No sé si es la casualidad o es la vida las que me han permitido conocer en los últimos meses a personas que padecen graves enfermedades. Quizás nunca hasta ahora me había planteado el valor de la salud, porque es un "bien" del que he disfrutado de manera normal y lógica. Es como si el estar sano, o mejor dicho, el no padecer una enfermedad, formara parte del "paquete" de mi vida... Y sin embargo, en muy poco tiempo me he dado cuenta de que no es así.
Al final, cuando pasa tan cerca de uno mismo la enfermedad, cuando la reconoces en aquéllos a los que quieres, te das cuenta de que, a pesar de lo que nos creemos, somos seres frágiles, vulnerables... y, lo peor de todo, que la posibilidad de "ser tocados" por el sutil "dedo" del dolor, no está en nuestras manos, es algo ajeno a nosotros mismos, que no controlamos, no decidimos, convirtiéndonos de alguna manera en un caprichoso fruto del azar.
¿Acaso no es un azar haber nacido donde hemos nacido? ¿haber disfrutado de una razonable calidad de vida? ¿no haber sufrido carencias básicas? ¿disfrutar de una seguridad real a nuestro alrededor? Me pregunto en ocasiones cómo sería yo si en vez de haber nacido en un país europeo, en una familia de clase media, hubiera nacido en un país africano, en el seno de una familia que vive en la miseria...
Pero volviendo a quienes he conocido últimamente, personas que soportan o acarrean una enfermedad grave... siento que me han interpelado mucho, porque me enseñan otra manera de ver y de vivir la vida, un significado más real de lo que llamamos esperanza, optimismo, alegría... sentido, al fin.
Me han enseñado lo que es luchar, lo que es creer, a vivir el "ahora" y agarrarse al momento presente como si de un pequeño tesoro se tratara. Me han ayudado a creer más en mí mismo, a sentirme fuerte ante las adversidades, a relativizar lo relativo (que es... casi todo), a valorar lo que, como dice una oída frase, es lo más valioso de nuestra vida, aquéllo que podríamos salvar en un naufragio...