martes, 26 de abril de 2011

¿Ciudadano o consumidor?

En una intervención en la Estación de Lyon, con motivo de las huelgas de diciembre de 1995, tomó la palabra el sociólogo francés Pierre Bourdieu, en nombre de los intelectuales solidarios del movimiento de huelga, junto a sindicatos y asociaciones de apoyo,y, entre otras reflexiones, criticó las declaraciones del filósofo Paul Ricoeur, quien había señalado con estupor el "abismo que observaba entre la comprensión racional del mundo y el deseo profundo de la gente". Este filósofo identificaba esa "comprensión racional" con el político conservador Alain Juppé, que decía "desear que Francia fuera un país serio y feliz".
Pierre Bourdieu clamaba contra esas "personas serias", las élites políticas tecnócratas, quienes se habían entronado como las que sabían realmente lo que el pueblo necesitaba, aunque éste dijera lo contrario, ofuscado por sus deseos, incapaz de descubrir la "felicidad" que otorga el sentirse gobernado por quien/es vela/n por el bienestar y la felicidad de la gente.
La que él llamaba "nobleza de Estado" predicaba la extinción del Estado y su sustitución por el mercado. Frente a él, entronaba al consumidor, derrocando al ciudadano. El término "consumidor" sustituía "comercialmente" al de ciudadano, al convertir definitivamente el bien público en bien privado, la "cosa pública" en "su cosa" (la de ellos...).
Y aunque estas palabras fueron pronunciadas hace ya más de 15 años, su vigencia y realidad son hoy en día una clara constatación.
Concluía Bourdieu en aquel alegato que era momento de "reconquistar" la democracia contra la tecnocracia, acabar con la dictadura de los "expertos", estilo Banco Mundial o Fondo Monetario Internacional, que imponen sin discusión los veredictos del nuevo "Leviatán": los mercados financieros, que no quieren negociar si no "explicar" a la ignorante ciudadanía el nuevo "credo" y la nueva "fe" en la inevitabilidad histórica que profesan los teóricos-creyentes del liberalismo económico.
Me gustaría que la gente, el pueblo, oponiéndonos a la nueva "religión impuesta", fusionáramos los términos "consumidor/a" y "ciudadano/a" haciendo de ellos una única realidad: un sujeto de derechos, que sintiéndose capaz de percibir las necesidades, inventara las nuevas formas de una tarea política colectiva y protagonista, auténtica alternativa capaz de neutralizar el avance de "tierra arrasada" con que camina el mercado devorándolo todo. Es así de simple y complejo a la vez: o eso o la barbarie.

viernes, 11 de marzo de 2011

Si el necio aplaude, peor

Ayer, en la Asamblea de Madrid, el Consejero de Transportes e Infraestructuras -un "tal" José Ignacio Echeverría- recriminó entre risas a un miembro de la oposición que le hablara del "Metrobús", diciéndole que no existía...
Hasta ahí la "anécdota" de un personaje que, siendo responsable de los transportes en la Comunidad de Madrid, desconoce la existencia de un título de transporte -el de 10 viajes- que usan decenas de miles de ciudadanas/os cada día. Sobran palabras...
Pero más allá de este lamentable acto, que evidencia la categoría de los políticos que elegimos y nos representan, está el hecho, para mí más grave aún, de los vítores y aplausos con los que su "clá política" le premió tal desmán, encabezados por la presidenta de la Comunidad y su "séquito". Y es que, como dice la fábula, "si el sabio no aprueba, malo; si el necio aplaude, peor".
El problema es que detalles tan plásticos como este se suceden a menudo en los parlamentos y foros donde nuestros políticos "debaten nuestros problemas". Y los ciudadanos ya nos hemos acostumbrado a la mediocridad, a la exhibición impúdica de la ignorancia y la prepotencia de quienes dicen representarnos.
Ojala tomáramos nota de cosas como ésta y nos decidiéramos ya a hablar, a clamar, a reclamar y a buscar otras alternativas. Porque como decía Gandhi: "lo más atroz de las cosas malas de la gente mala, es el silencio de la gente buena".

jueves, 17 de febrero de 2011

Instalados en la resignación

Resignación. Parece que esta es la nueva práctica a la que estamos abocados cada día como ciudadanos y como personas.
El Diccionario admite tres acepciones de la palabra, de las que me quiero centrar en dos. La primera la define como "entrega voluntaria que alguien hace de sí poniéndose en manos y voluntad de otra persona". la segunda dice: "conformidad, tolerancia y paciencia en las adversidades". El punto de partida de mis palabras tiene que ver con la primera de las acepciones.
¿Qué nos está ocurriendo? Si miro a mi alrededor, veo que esta especie de "fatalismo" impotente se ha convertido en nuestra sociedad en una habitual práctica, sea cual sea el ámbito al que apunte. Así, si hablamos de la crisis económica a la que nos hemos visto arrojados, no se nos plantea otra solución por parte de todos los políticos y mandatarios que la resignación ante la pérdida de derechos sociales, laborales y económicos dictada por los "gurús" de los... "mercados" y repetida hasta la saciedad como única fórmula de salida . Ahora bien, dejando claro que esas "medidas de ajuste" (eufemística manera de definir la conculcación de derechos) han de ser aplicadas específicamente a la clase trabajadora.
Pero esta actitud de resignación va más allá de lo económico. Porque en la práctica, y observando con atención, la veo presente también como respuesta a la explotación laboral, al abuso y menoscabo de nuestros derechos como consumidores, al machismo todavía latente en tantas situaciones, al deterioro irreversible del medio ambiente, a la manipulación mediática y, por último, a la sola posibilidad de contestación ante lo impuesto.
Definitivamente, esta "doctrina" se ha instalado en el subconsciente colectivo de nuestra sociedad cual medicina para afrontar el dolor, la impotencia, la rabia y las ganas de cambiar.
Reivindico desde este rincón mi derecho al antónimo, y ante la resignación impuesta, teñida del frío color individualista, prefiero la sublevación o la rebelión, pintadas con el cálido color de lo colectivo.