martes, 26 de abril de 2011

¿Ciudadano o consumidor?

En una intervención en la Estación de Lyon, con motivo de las huelgas de diciembre de 1995, tomó la palabra el sociólogo francés Pierre Bourdieu, en nombre de los intelectuales solidarios del movimiento de huelga, junto a sindicatos y asociaciones de apoyo,y, entre otras reflexiones, criticó las declaraciones del filósofo Paul Ricoeur, quien había señalado con estupor el "abismo que observaba entre la comprensión racional del mundo y el deseo profundo de la gente". Este filósofo identificaba esa "comprensión racional" con el político conservador Alain Juppé, que decía "desear que Francia fuera un país serio y feliz".
Pierre Bourdieu clamaba contra esas "personas serias", las élites políticas tecnócratas, quienes se habían entronado como las que sabían realmente lo que el pueblo necesitaba, aunque éste dijera lo contrario, ofuscado por sus deseos, incapaz de descubrir la "felicidad" que otorga el sentirse gobernado por quien/es vela/n por el bienestar y la felicidad de la gente.
La que él llamaba "nobleza de Estado" predicaba la extinción del Estado y su sustitución por el mercado. Frente a él, entronaba al consumidor, derrocando al ciudadano. El término "consumidor" sustituía "comercialmente" al de ciudadano, al convertir definitivamente el bien público en bien privado, la "cosa pública" en "su cosa" (la de ellos...).
Y aunque estas palabras fueron pronunciadas hace ya más de 15 años, su vigencia y realidad son hoy en día una clara constatación.
Concluía Bourdieu en aquel alegato que era momento de "reconquistar" la democracia contra la tecnocracia, acabar con la dictadura de los "expertos", estilo Banco Mundial o Fondo Monetario Internacional, que imponen sin discusión los veredictos del nuevo "Leviatán": los mercados financieros, que no quieren negociar si no "explicar" a la ignorante ciudadanía el nuevo "credo" y la nueva "fe" en la inevitabilidad histórica que profesan los teóricos-creyentes del liberalismo económico.
Me gustaría que la gente, el pueblo, oponiéndonos a la nueva "religión impuesta", fusionáramos los términos "consumidor/a" y "ciudadano/a" haciendo de ellos una única realidad: un sujeto de derechos, que sintiéndose capaz de percibir las necesidades, inventara las nuevas formas de una tarea política colectiva y protagonista, auténtica alternativa capaz de neutralizar el avance de "tierra arrasada" con que camina el mercado devorándolo todo. Es así de simple y complejo a la vez: o eso o la barbarie.

viernes, 11 de marzo de 2011

Si el necio aplaude, peor

Ayer, en la Asamblea de Madrid, el Consejero de Transportes e Infraestructuras -un "tal" José Ignacio Echeverría- recriminó entre risas a un miembro de la oposición que le hablara del "Metrobús", diciéndole que no existía...
Hasta ahí la "anécdota" de un personaje que, siendo responsable de los transportes en la Comunidad de Madrid, desconoce la existencia de un título de transporte -el de 10 viajes- que usan decenas de miles de ciudadanas/os cada día. Sobran palabras...
Pero más allá de este lamentable acto, que evidencia la categoría de los políticos que elegimos y nos representan, está el hecho, para mí más grave aún, de los vítores y aplausos con los que su "clá política" le premió tal desmán, encabezados por la presidenta de la Comunidad y su "séquito". Y es que, como dice la fábula, "si el sabio no aprueba, malo; si el necio aplaude, peor".
El problema es que detalles tan plásticos como este se suceden a menudo en los parlamentos y foros donde nuestros políticos "debaten nuestros problemas". Y los ciudadanos ya nos hemos acostumbrado a la mediocridad, a la exhibición impúdica de la ignorancia y la prepotencia de quienes dicen representarnos.
Ojala tomáramos nota de cosas como ésta y nos decidiéramos ya a hablar, a clamar, a reclamar y a buscar otras alternativas. Porque como decía Gandhi: "lo más atroz de las cosas malas de la gente mala, es el silencio de la gente buena".

jueves, 17 de febrero de 2011

Instalados en la resignación

Resignación. Parece que esta es la nueva práctica a la que estamos abocados cada día como ciudadanos y como personas.
El Diccionario admite tres acepciones de la palabra, de las que me quiero centrar en dos. La primera la define como "entrega voluntaria que alguien hace de sí poniéndose en manos y voluntad de otra persona". la segunda dice: "conformidad, tolerancia y paciencia en las adversidades". El punto de partida de mis palabras tiene que ver con la primera de las acepciones.
¿Qué nos está ocurriendo? Si miro a mi alrededor, veo que esta especie de "fatalismo" impotente se ha convertido en nuestra sociedad en una habitual práctica, sea cual sea el ámbito al que apunte. Así, si hablamos de la crisis económica a la que nos hemos visto arrojados, no se nos plantea otra solución por parte de todos los políticos y mandatarios que la resignación ante la pérdida de derechos sociales, laborales y económicos dictada por los "gurús" de los... "mercados" y repetida hasta la saciedad como única fórmula de salida . Ahora bien, dejando claro que esas "medidas de ajuste" (eufemística manera de definir la conculcación de derechos) han de ser aplicadas específicamente a la clase trabajadora.
Pero esta actitud de resignación va más allá de lo económico. Porque en la práctica, y observando con atención, la veo presente también como respuesta a la explotación laboral, al abuso y menoscabo de nuestros derechos como consumidores, al machismo todavía latente en tantas situaciones, al deterioro irreversible del medio ambiente, a la manipulación mediática y, por último, a la sola posibilidad de contestación ante lo impuesto.
Definitivamente, esta "doctrina" se ha instalado en el subconsciente colectivo de nuestra sociedad cual medicina para afrontar el dolor, la impotencia, la rabia y las ganas de cambiar.
Reivindico desde este rincón mi derecho al antónimo, y ante la resignación impuesta, teñida del frío color individualista, prefiero la sublevación o la rebelión, pintadas con el cálido color de lo colectivo.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Personas de usar y tirar

Voy a llamarle Lidia, aunque ese no sea su nombre real. Creo que el nombre no es lo importante. Seguramente casi todos podríamos poner a la protagonista de esta historia un nombre de alguien que conocemos y que, en mayor o menor medida, habrá pasado por circunstancias parecidas.

Pues bien, Lidia es una chica joven, de treinta y pocos años, recientemente divorciada y sin hijos. Además de buena persona, que lo es, es una buena trabajadora, comprometida con lo que hace, ilusionada e ilusionante, amable y cariñosa, seria con sus responsabilidades. Lo digo porque tuve la suerte de conocerla como compañera de trabajo durante algún tiempo, antes de que le comunicaran, tras dos años de trabajo, que su contrato había finalizado y no se lo renovaban “por problemas económicos” en la entidad. Más o menos lo mismo que tantos hemos oído en alguna ocasión, y que no es más que el deseo encubierto de tu o tus jefes de “quitársete de encima” evitando decir que lo que no quieren es “seguir viéndote”. Después pude comprobar por mí mismo que esa supuesta razón económica o de falta de presupuesto era una “milonga”, pues, al poco tiempo de echarle, la entidad contrató a otra persona para cubrir su puesto.

¿Su defecto o fallo? Seguramente el ser ella misma, el “ir de frente” y decir las cosas como ella las veía. Ello y el contraste que ante las demás compañeras suponía su forma de ser, su amabilidad, cariño y belleza (sobre todo interior), su espontaneidad y ese toque de “ingenuidad” que tienen las personas buenas y sin dobleces. A ello habría que sumarle el acoso sistemático de una compañera en especial. Pero no un acoso directo o manifiesto, si no camuflado y a la espalda. Porque esta “compañera” ya llevaba tiempo dedicándose a desprestigiarla y acusarla ante la jefa por detrás, inventándose numerosas “dejaciones” y faltas que, por otra parte, la jefa admitió como ciertas sin contrastarlas ni con Lidia ni con compañero/a alguno/a.

Y al final venció la maldad y la traición, como ocurre tantas veces. Pero lo más triste de la situación fue que el resto de compañeras, a las que ella apreciaba tanto, y de las que también recibía muestras de cariño, prefirieron “mirar hacia otro lado” cuando echaron a su compañera, la de contrato temporal. Ni una sola de ellas cuestionó esa decisión o la defendió ante la jefa, no fuera a ser que cualquiera de ellas se convirtiera en “objetivo” del poder de la jefa o de los chismes de la “chivata”. Y ello aunque la mayor parte de ellas tienen contrato fijo indefinido de suficiente antigüedad como para que cualquier jefe se plantee el coste de prescindir de cualquiera de ellas....

Y hasta aquí la primera parte de la historia. Porque tras este despido, Lidia pasó 12 meses “en la calle” buscando con insistencia otro empleo que le permitiera defender la independencia que había estrenado hacía poco, y que suponía tener que hacer frente ella sola a los gastos de una casa, su manutención y lo que dan en llamar un mínimo de dignidad.

Cuando la prestación por desempleo casi había llegado a su fin encontró un nuevo trabajo en una conocida cadena de perfumerías... ¿qué leche? Voy a decir su nombre: “Bodybell”. Aquí le prometieron la posibilidad de promoción en la empresa, la formación, y un largo etc. del que se valen este tipo de negocios para sembrar la ilusión en la recién incorporada. Jornada partida, mañana y tarde; trabajo también los sábados mañana y tarde (en un principio le dijeron que sería rotatorio, y al poco comprobó que era obligatorio e inevitable). Le indicaron que desempeñaría diferentes funciones en la tienda y desde el principio la “amarraron” a la Caja, dado que se manejaba bien con ella por haber sido Cajera en un empleo anterior... Había incluso una prima mensual de 100 euros por asistencia y otra del mismo importe por cumplimiento de objetivos, por lo que albergó la ilusión de poder llegar ... ¡a los 900 euros mensuales!... todo un logro que le permitiría cubrir, aunque fuera de forma justa, los gastos del piso y de su independencia.

Pero, como ya imaginaremos por el devenir de esta historia y el título que le he puesto, nada de lo inicialmente planteado se cumplió en la realidad, y más allá de ello, en los días sucesivos a su incorporación fue descubriendo la letra “no escrita” de ese empleo al que se había incorporado con tanta ilusión: No podía ausentarse nunca de la caja, en un mostrador que le quedaba, dada su altura, muy por debajo de lo recomendable para mantener la espalda sin fatiga; no podía sentarse nunca, ni tener ni siquiera un algo donde poder apoyar alternativamente cada pie, como se recomienda hacer en este tipo de situaciones; tampoco podía tener un pequeño botellín de agua bajo el mostrador para aliviar su sed, ni nada que echarse a la boca para calmar el hambre en un momento de relajo sin clientes; para todo tenía que pedir el “permiso” de su encargado, que consideraba si se lo daba en ese momento o no; los servicios eran viejos y nauseabundos, con filtraciones, malos olores, derrame de agua fecal en ocasiones y un interruptor de la luz destrozado que exhibía los cables pelados. Y aunque las empleadas habían demandado que lo arreglase la empresa, ésta hacía oídos sordos y así seguía contraviniendo lo que dicta la correcta implementación de un mínimo plan de seguridad e higiene en el local de trabajo. El “vestuario” era un angosto pasillo de entrada a la zona de servicios, que además hacía las veces de almacén, sin espacio ni condiciones. Las empleadas –consejera de tienda, dependientas y cajera- tenían que hacerse cargo cada día de la limpieza de toda la tienda, incluidos los servicios, salir del trabajo cada día todas juntas, junto a su jefe, aunque eso les supusiera salir 15 ó 20 minutos más tarde de la hora de finalización de su jornada laboral.

A ello hay que añadir la “cultura” de la propia empresa, que ésta iba inculcando machaconamente a las empeladas día a día, especialmente con las novatas recién incorporadas. Siempre bajo la estricta y vigilante mirada de su encargado, quien les corregía una y otra vez cada frase o gesto que hicieran con los clientes; había una forma “exacta” de pedir la tarjeta de crédito para el pago, de preguntar si el cliente tenía o no la tarjeta promocional de la cadena, de “ofrecer” el objetivo del día (que había que cumplir estrictamente, aunque supusiera ofrecer balletas de cocina a un jubilado, o espuma de afeitar a una chica joven). Nada quedaba a expensas del buen hacer de la trabajadora. Todo tenía su rito y discurso exacto y medido. No hacerlo así una sola vez suponía el inmediato apercibimiento del encargado.

El “etcétera” a sumar a lo dicho es largo y resultaría tedioso y hasta irritante escribirlo. En tales condiciones de “trabajo”, es claro el deterioro físico y mental que supone enfrentar cada día una larga jornada en esas condiciones.

Pero vamos con Lidia. Ella aguantó con coraje el primer mes, descubriendo las “sorpresas” de la cadena, de las que nada le habían dicho en la entrevista previa a su incorporación. Su familia y amigos le escuchábamos y animábamos a seguir, a no dar importancia a cosas que, interiormente, todos sabíamos que la tenían. Pero ella necesitaba ese trabajo, no podía ir al paro de nuevo. Es la ley de la supervivencia en la que todos/as vivimos y casi todos han asumido como “normal”.

Lidia aguantó el primero, el segundo, el tercer mes. Es cierto que cada vez la veíamos más desanimada, más agotada, más quemada física y mentalmente. Descubrió preguntando, tras dos nóminas sin ella, que el plus de 100 euros de cumplimiento de objetivo no tenía que ver con objetivos personales, si no con el objetivo de ventas de la tienda. Esa prima se pagaba a todas (qué “detalle” por parte de la empresa...) si se superaba el “record” de ventas registrado cada mes. Podéis imaginar lo deprimente que supone saber que, como en el atletismo, se trata de batir una marca mundial u olímpica, que supone más una excepción que una norma. Hay que vender más en el mes actual que en el anterior sea el que sea el condicionante: días de menos gente, más crisis, mal tiempo... sin que eso dependa de lo que una misma haga o deje de hacer en el espacio limitado de la tienda. El resultado se lo comunicaron pronto sus compañeras: esa prima era casi inexistente, pues se cobraba en raras ocasiones.

La otra prima de asistencia se pagaba cuando no faltabas nunca en el mes, aunque tuvieras una cita médica inexcusable e imposible de colocar en horario no laboral, aunque se te muriera el familiar más próximo... se trataba de acudir todos los días... aunque fuera con fiebre y gateando. Entonces era cuando se cobraba.

He de reconocer la fortaleza de Lidia que a todos nos sorprendió, pues esa prima la cobró todos los meses de su contrato, salvo el último. Y es que, como todos nos temíamos, la cuerda de su salud acabó rompiéndose. Había empezado el mes de octubre. Su contrato de seis meses acababa a principios de noviembre. Ella, aunque profundamente decepcionada por un trabajo alienante y absorbente, albergaba abiertamente la esperanza de que se lo renovaran, pues lo necesitaba. Pero un día, a mitad de mañana en la caja de la tienda, sufrió un ataque de lumbalgia que la “dobló” literalmente. Tras ir al médico comprobó que la lumbalgia se había “aliado” con la ciática y le esperaba una larga baja y recuperación. Y aunque ella quiso incorporarse en la tercera semana de baja, el médico se lo negó, porque si lo hacía la recaída sería peor incluso que la dolencia de la que con reposo y medicación intentaba recuperarse. Ella, consciente de la situación en la que estaba, optó finalmente por pedir ella misma el alta y reincorporarse. Pero, como temíamos los que estamos más cerca de ella, a los pocos días de su vuelta recibió la noticia de un “jefe de zona”, que se personó en la tienda para informarle, de manera aséptica e hipócritamente agradable, que la empresa había tomado la decisión de no renovar su contrato por motivos “de restructuración de plantilla”, dados los “malos tiempos” que imperaban. Ella, de forma entera y digna, le pidió al tal feje que, mirándole a los ojos, le dijera que su baja no había influido en esa decisión, a lo que este, sin mirarle, le aseguró que obviamente no era así, que eran decisiones de la empresa “ajenas a situaciones personales”.

Lidia, de nuevo, está en el paro; esta vez sin derecho a prestación. Ya la agotó toda el año que estuvo en el paro antes del último contrato. Tampoco tiene derecho a subsidio porque, con su edad, no tiene familiares a su cargo. Se enfrenta ella sola a un futuro desalentador y oscuro. Sabe que con lo que tiene ahorrado, no va a poder mantenerse más allá de seis meses... y si ese momento llega sin haber encontrado otro trabajo, significará un cambio duro y radical en su vida. Perderá su independencia, por la que tanto ha luchado. Pero también perderá –si no lo ha hecho ya- su dignidad; aquel fino hilo que en ocasiones, nos sostiene y aleja del desastre, de la desesperanza, de la autoestima. A su lado estamos quienes le queremos. Para nosotros ella ES IMPORTANTE, porque es persona, una gran persona; alguien que nos ha acompañado, nos ha ayudado y nos ha hecho crecer como seres humanos. Pero eso debe ser un “valor menor” en esta sociedad que hemos creado.

Me niego a doblegarme al imperativo del “utilitarismo” al que tantas personas –buenas personas y buenas trabajadoras- se enfrentan cada día. He sentido el anhelo de narrar esta historia, de “dejarla caer” en este rinconcico anónimo de la red; quizás, ¿quién sabe? para compartirla con quien la quiera leer; quizás buscando para ella, para Lidia, la “redención” que le han negado injustamente... Quizás porque me siento mal, triste, airado con esta sociedad que mercantiliza a las personas, las usa y las tira a su antojo, o simplemente, porque no responden al perfil dominante de la sumisión y la hipocresía.

Va por ti, Lidia, y por tantas lidias anónimas, que cual flores silvestres, son arrancadas, dispuestas para su exhibición o deleite y después tiradas cuando, ya sin sus raíces, empiezan a combarse bajo el peso de la explotación.

viernes, 1 de octubre de 2010

Labordeta. El viejo árbol se secó



Se nos ha ido un gran hombre. Un hombre insustituible, un fuera de serie.

Imagino que a él, sencillo y llano como la tierra suya, como su gente, le hubiera gustado irse en silencio, desaparecer "por bambalinas", casi sin hacer ruido; atravesar la "puerta" del final de la vida sin llamar mucho la atención, como intentó hacer en su vida, aunque no lo consiguiera.

Amigo José Antonio, has "regresado a la casa de tu padre". Ahora abrirás las ventanas "para que la limpie el aire", como limpiaste nuestra tierra con tu palabra -dicha, escrita, cantada-, con tu enorme corazón y tu agudo ingenio.


Estos días, tras tu partida, hemos visto muchas declaraciones, muchas "lisonjas" y homenajes. Algunas de ellas -colmo de la hipocresía- de quienes en vida te denostaban, de aquellos a quienes con arrojo señalaste con el dedo y mandaste en el hemiciclo a la mierda. También te han adulado otros que, confesándose progresistas y aragoneses, han puesto una y otra vez palos en la rueda de las históricas reivindicaciones de esa tierra, que tú defendiste hasta tu muerte. Ya lo decías tú, que ser diputado te había enseñado más bien poco, que te sentías un becario en el parlamento, entre tanta "señoría" y "guapo". Ahí, en el Madrid de la "diáspora", entendiste que no iba ser fácil hacer realidad los sueños y anhelos de los aragoneses, de los ciudadanos españoles que quieren una vida en libertad y dignidad. Atisbabas los entresijos del poder, las servidumbre y peajes con las que se paga en el centro del poder cualquier conquista, por pequeña que sea. Y aunque "mantenías el tipo" y tirabas para adelante, en tu interior se iban desgarrando y rompiendo poco a poco tus banderas.

Un día dijiste "basta" y con la misma humildad y nobleza con la que llegaste te volviste de nuevo a tu tierra, con el corazón cansado y la mente sumida en esa "depresión" que tú mismo decías tenemos metida en el alma los aragoneses, porque nos la da nuestro paisaje de polvo, niebla, viento y sol.

Desde este humilde rincón sólo quiero darte las gracias, José Antonio. Te recuerdo casi desde que albergo recuerdos. Aquel año que empecé el bachiller en Zaragoza te presentaste en el aula, y nos enteramos de que cantabas... qué fuerte, un profe cantautor... Y con la letra de tus canciones empezó a calar en mí el significado y sentido de tantas cosas, el valor de la historia releída, la lucha siempre desde el propio "yo vencer", el amor sin concesiones ni reservas a unos valores y a la tierra -la nuestra- que un día fue reyno y hoy sigue olvidada de la historia. Pero también nos enseñaste a no dejar de pisar nunca el suelo de esa tierra, a ser "modelados" por su suavidad de arcilla y su dureza de roquedal, a hacer protagonistas a las personas sobre todo y todos; siempre las personas primero.

Gracias, José Antonio, porque me enseñaste a VIVIR, seguro que como a tantas/os otras/os. Siempre te he tenido como referente, siempre me he acordado de ti, especialmente en los momentos duros y difíciles, en las horas bajas, cuando resistir y ser coherente pesa y gasta.

Hasta siempre, Maestro, abuelo de todos, viejo árbol batido por el viento. Aquí me quedo más solo sin ti, con nostalgia en el alma y acidez en la garganta. Intentaré seguir rompiendo con tus canciones tanto silencio de hierro, arrancando raíces al miedo -mi miedo-, rompiendo cadenas para poder caminar.

Quizás hayas llegado por fin ya al mar, como un día cantaste, "como llegan las nubes con el viento poniente... como llegan los ríos, con el recuerdo abierto de sus montes perdidos... como un adolescente, con sus ojos de asombro, mirando el horizonte".

Dime, si desde ahí ya puedes ver esa tierra que ponga libertad, dime si esa hermosa mañana ha llegado ya para ti.

viernes, 2 de julio de 2010

¿De quiénes somos rehenes los viajeros de Metro?

A vueltas con la huelga de Metro en Madrid que, los días 29 y 30 de junio, colapsó la ciudad y que, sigue ocasionándonos a todos tantas molestias... Creo que me toca una vez más "ser políticamente incorrecto", quizás porque uno, a cierta edad, ya se va cansando de tanta apología mediática de los de siempre, de la canonización de la precariedad laboral y humana, vertida siempre desde arriba y asumida mansamente por eso que se ha llamado "ciudadanía" y que ahora parece existir sólo para pedir la cabeza de otros trabajadores que, a buen seguro, igual que tú o yo, padecen en sus carnes y vida la merma de derechos y el silencio de la aceptación -cómplice siempre- como alternativa.
Sí, quizás es que estoy ya cansado de tanta "prostitución verbal" que consigue, a la larga, gota a gota, vaciar las palabras de su poder transformador, y convertirlas en eslóganes sin sentido, cuando nacieron como instancias críticas... Cansado de asumir inmutable el significado que ahora les otorgan quienes han tenido, tienen y, me temo tendrán, la sartén por el mango con el beneplácito de todas/os.
No quiero ser un dócil borrego, replicador con mi "balido", de tanta consigna y máxima que me imponen los "políticos correctos" y los títeres de eso que llaman "mercado" y que todavía nadie sabe qué coño es, que tanto nos jode a todos.
Ante la huelga de Metro de la que me reconozco yo también sufridor, me indigno leyendo notas de prensa como la que hizo pública OCU el 29 de junio exigiendo castigos y sanciones ejemplares para los convocantes, y secundo la opinión de otras personas y colectivos -siempre minoritarios, ¡cómo no!- que queremos ir un poco "más allá" de los hechos, analizar y, sobre todo, pensar por nosotros mismos, sin que otros "bienpensantes" interpreten en nuestro lugar (http://usuariossolidarios.wordpress.com/)
Seguro que hemos oído a compañeras/os de trabajo despotricar contra los trabajadores de Metro por esta huelga sin servicios mínimos... casualmente, los mismos compañeros que han mirado para otro lado cuando no hace mucho echaron injustamente a otra/o compañera/o y que, seguramente, harán lo mismo conmigo se me acabe el contrato y me abran la puerta señalándome la calle y disculpándose por la falta de presupuesto para renovarme....
Esto es lo que preconizan los defensores de" derechos ciudadanos", los que miran sólo su bienestar y conjugan los verbos en primera persona del singular, olvidando que en la vida -su vida y la mía- hay un "nosotros" que va más allá de las paredes de la linda casa o familia....
Siento el "rollo" o sermón. Puede que te molestan mis palabras, pero tenía necesidad de expresar tanto pensamiento acallado.
Ah... lee, si quieres, también este artículo aparecido en los blogs de Público el día 30-06-10: http://blogs.publico.es/trabajarcansa/2010/06/30/%C2%BFde-quien-son-rehenes-los-viajeros-del-metro/

viernes, 25 de junio de 2010

Ha pasado mucho tiempo

Han pasado muchos días, muchos meses sin acercarme a este mi rincón nocturno. En todo este tiempo he vivido mucho, unas veces con rapidez y otras con calma. Personas, lugares, paisajes, trabajo y rutina. Momentos duros y otros dulces: el mágico "cokctel" agridulce que es, en sí misma, la vida.
Ahora veo que el mundo sigue girando con o sin mis palabras, que todo existe y sucede aunque no me sienta partícipe de ello. Pero hoy me he reencontrado con este espacio y me siento con muchas ganas de volcar en él, de nuevo, mis confidencias, sentimientos, preguntas sin respuesta o mis respuestas a muchos interrogantes.
Te encuentro de nuevo, mi pequeña bitácora ocula. Esta vez no voy a abandonarte, te lo prometo.