lunes, 19 de mayo de 2008

Con la tienda a cuestas

Hoy, leyendo un libro, me ha venido a la mente la palabra "hogar" y me ha hecho pensar un poco. A menudo oigo esta palabra y con ella me vienen a la mente imágenes, recuerdos, nostalgias de la niñez o, simplemente, la idea abstracta de algo que "permanece" en el tiempo, que es de alguna manera, un referente para muchas personas.
Pero yo me he preguntado a mí mismo: ¿cuál es mi hogar? ¿he tenido alguna vez UN hogar? ¿cuántos hogares puede tener una persona en su vida?
El término hogar lo asociamos instintivamente a algo "muy nuestro", a una especie de hábitat propio, de parte material de nosotros mismos, de reducto de intimidad, de seguridad, de recipiente donde guardamos una gran parte de las experiencias que han conformado o conforman nuestro "ser yo mismo". También nos evoca el grupo humano, la persona o personas más próximas o que han formado una parte importante de nosotros mismos en algún momento de nuestra vida... o lo siguen formando.
Pero yo no sé decir cuál es mi hogar, acaso porque he tenido tantos, o quizás porque nunca he tenido realmente uno al que llamar así... o tal vez porque cuando creí tenerlo un día lo perdí, y con él perdí una parte de mí mismo, no sé.
He repasado mentalmente las "casas" o espacios en los que he vivido a lo largo de mi vida... me he puesto a contarlas... Me salen muchas; sí, quizás el haber tenido tantas ha hecho que sienta que realmente, no tengo ninguna. Desde que salí jovencito de mi hogar paterno, hace ya 30 años, he "pasado" por 14 casas... lo que ofrece una media sorprendente (si consideramos la falacia que suponen las medias...): una casa cada dos años... Puede que por eso me sienta en ocasiones "huérfano de hogar" o, por el contrario, capaz de crear mi hogar en cualquier sitio.
Creo que mi auténtico hogar soy yo mismo y, cual nómada errante, voy plantando la "lona" de mi tienda por donde la vida me va llevando.
Al cabo de tantos años "montando y desmontando mi lona", he conseguido reducir mi equipaje poco a poco, aprendiendo en cierta manera de la propia vida que también poco a poco nos va despojando de todo.
Se me viene a la cabeza una frase leída en la novela "La hija del caníbal", de Rosa Montero; la dice Félix, un hombre octogenario que, en el ocaso de su vida, rememora al anarquista clandestino que fue en su juventud y cómo los avatares y la obstinada realidad le fueron conduciendo hasta lo que es en ese momento, un hombre viejo que se sabe cercano al final de sus días: "Cómo no aprender lo que es perder si vivir es precisamente eso, perder. De niño crees que la vida es una acumulación de cosas, que con los años vas conquistando y ganando y coleccionando y atesorando, cuando en realidad vivir es ir despojándote de todo inexorablemente".
Así, ligero, conmigo mismo como mayor pertenencia (la que más ocupa, pesa y desequilibra a veces) estoy pronto siempre a cambiar, a "mudarme" o, simplemente, a volver a empezar.

No hay comentarios: